miércoles, 1 de julio de 2009

La enanita del Teatro Lazcano en Sagua

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El Domingo 2 de Mayo de 1880 el pueblo de Sagua La Grande corrió al viejo Teatro Lazcano, situado en la calle Oriente entre Intendente Ramírez y Real Colón (actualmente conocidas por: Libertadores entre Solís y Colón) para contemplar con gran asombro la extraña rareza que allí se exhibía.
Desde Estados Unidos había llegado Lucía Zárate Licona “La Mujer Más Pequeña Del Mundo”con la “Compañía de Frank Uffner” (decían los anuncios por todas partes), con solo 50 centímetros de estatura y unas 4 libras y media de peso; “bastaba una mano normal para que le sirviera de asiento”.
Don Alberto Lazcano, propietario del teatro, tuvo el privilegio de mostrar el espectáculo antes de que “el rey del circo norteamericano” P.T. Barnum la descubriera, pues en los momentos que llegó a Sagua Mr. Uffner seguía siendo legalmente su apoderado artístico.
Doña Lucía no era una típica enana en el estricto sentido del término en el que solo las extremidades son muy pequeñas con relación a una cabeza y tronco normales (Acondroplasia), sino más bien una perfecta mujer con correcta proporción corporal, lo cual la convertía en una “mujercita” (Liliputiense) y no en una “enana”, caso curioso era que solo su nariz era del tamaño de una mujer normal. Los sagüeros del siglo 19 tuvieron la oportunidad de contemplar esta inusual merced de la naturaleza. Lucía Zarate, nacida en San Carlos, México, murió a los 26 años, el 27 de febrero de 1890 cuando el tren en que viajaba se atascó en la nieve y su pequeño cuerpo no pudo resistir el frío.

Fue un caso que asombró al mundo científico de la época, pues nunca se había observado una proporción tan exacta al cuerpo humano en miniaturas. Por una cuestión de misterios cromosómicos, aún no resueltos, sus padres Don Fermín Zárate y Doña Tomasa Licona, que vivían en las Lomas de San Rafael cerca de la barra de Chachalacas, México, engendraron dos criaturas, hembra y macho, con esta “malformación” para la medicina, pero “buenformación” para el pensador que con ojo de buen artista ve en ellos a la escultura perfecta, realizada a escala, o para el antropólogo que vería a una nueva raza humana. La ilusión que nos brinda la relatividad desaparece cuando carecemos de comparación y así sucedía en este humilde hogar donde Lucía y su hermano Manuel tenían todos los objetos a escala en su cuarto, lo cual eliminaba su condición o “malformación”. Pero, los temores comenzaban cuando veían a su escala mayor escudriñando cada una de sus partes, aquel carón de ojos abotonados que los miraba con asombro en el circo.

Durante la infancia la madre notaba que no crecían ni un milímetro con relación a sus otros 4 que si llevaban un desarrollo normal. Por esto, siempre fueron del mismo tamaño y ella los acomodaba en dos bolsillos que tenía su delantar para así poder realizar los quehaceres de la casa, y esa bolsa de canguro quedaron toda la vida, de adultos inclusive por temor a que fuesen aplastados o atacados por cualquier animal.

El General Porfirio Díaz, Presidente de México, convenció a Don Fermín de que sus hijos no eran motivo de risas o burlas, sino de admiración y asombro, recomendándolo con un alto empresario de circos y exhibiciones llamado Frank Uffer, y a partir de aquel día comenzó la fortuna para los Zárates que llegaron a ser muy ricos y compraron una enorme finca de 5 mil hectáreas a los descendientes del General Don Antonio López de Santa Ana.

Los dos liliputienses gozaban mucho entre las funciones y el vagabundeo de los carromatos, pero al morir Manuel, quedó muy desolada la pobre Lucía que ya no fue nunca más la misma, aunque siguió presentándose por petición propia en escenarios americanos e incluso se enamoró de otro pequeño como ella que ya era muy famoso en el mundo por la misma condición liliputiense, el conocido “General Mite” que cuando conoció a Lucía, nunca más quizo separar su función de la de ella, cosa que aprovechó muy bien el inescrupulosamente astuto Mr. Phineas Taylor Barnum (el rey de los circos americanos) para ponerlos a jugar cartas en una gran urna de cristal donde los asombrados visitantes no podían creer lo que veían. Aquellas dos insólitas minicriaturas tomaban te, conversaban, reían, hojeaban revistas y saludaban al públicos de vez en cuando.


Constituyéndose esta en la mejor atracción del circo, Barnum duplica la fortuna de los Zárate para asegurarse de no perder esa joyita natural, le permitió tener a su familia y a un verdadero batallón de sirvientes, ayudantes, una cocinera especial, y una traductora, entre otras comodidades, y Lucía vivía como reina dentro del circo, pero al morir Mite, el empresario la saca de la cúpula para que la gente pudiera tocarla y comprobar que era de carne y hueso. Lucía muy deprimida por la muerte de su amado, ya no quería seguir y se quejaba de que la gente la pellizcaba; entonces dejó el Circo Barnum en 1884, pero no obstante a su tristeza, continuó por 6 años más las presentaciones de sus shows en una compañía propia.

Con su muerte en 1890 comenzó a morir aquel concepto de exhibición de monstruos y abortos naturales, en un estilo de “arte” propio de la época, que se ha ido evaporando a fuego lento del reglamento de los circos, aunque no tanto del reglamento morboso de un público que sigue adorando lo cruel y lo prohibido.

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