domingo, 31 de julio de 2011

Jorge Mañach, reflexión de aniversario. Parte II

Viejas publicaciones de la revista “El Undoso”
( Septiembre de 1975 – página 13 )

EN TORNO A JORGE MAÑACH

PEQUEÑA REFLEXION DE ANIVERSARIO
Por: Juan Barturen
(Continuación)
II
El Hombre Armonioso

Creo recordar que uno de los capítulos de "Para una filosofía de la vida", de Mañach, se titula "El ideal del hombre armonioso". Si como tal se considera la voluntad y la capacidad de aunar cualidades y tendencias, bien sean afines o dispares en conveniente proporción y correspondencia, parece justo aceptar que fue la de Mañach una personalidad armoniosa en alto grado.

Interesa, sin embargo, señalar en este caso, que tal condición no suele producirse por generación espontánea sino que por lo general, supone esfuerzo y hasta conflicto interno. El hombre superior, que se sabe dotado de aptitudes y apetencias de orden moral, cívico, religioso, artístico, etc., si de veras es integralmente fiel a su propio ser, cuida de que alguna de tales facetas no se diluya en la inercia, o por el contrario, prevalezca en desmedro de las demás.

Consecuente con su "yo y su circunstancia", Mañach, que fue resueltamente hombre de su tiempo, no se permitió a sí mismo una cómoda ubicación en el "huerto cerrado" de la creación literaria o de las disciplinas del pensamiento exclusivamente, sino que, consciente de sus responsabilidades ciudadanas, se enfrenta a los graves problemas de la realidad nacional circundante, los cuales requieren no solo un diagnóstico acertado sino un efectivo tratamiento para resolverlos o al menos, mitigarlos.

Es muy probable, como ya se ha señalado en múltiples ocasiones que su formación en una triple vertiente hispánica, sajona y francesa superpuestas a su básica cubanía, determinó ese envidiable equilibrio de su carácter. A través de su vida y de su obra se advierte, en efecto, una tónica constante de sobriedad sajona y claridad francesa. La hispánica, aunque atemperada porlas otras dos, es en él por igual evidente. Y me permitiría sugerir que quizá se manifiesta sobre todo a través de su manejo del lenguaje. No es posible dudar de que este hombre amó entrañablemente nuestra lengua. En su estilo se transparenta el esmero en expresarse con lamayor propiedad, en un tono de sobria elegancia. Por eso, bajo el esplendor de su prosa se percibe el soterrado rumor de los clásicos. Bien sea por causa o por efecto, Mañach tuvo siempre como un regusto de palpar nuestras raíces y mostró en todo una actitud de benévola adhesión a lo hispánico en general. No olvidemos que Mañach vivió parte de su infancia en el cogollo mismo del viejo solar castellano, y que este hecho supone un manojo de vivencias que forzosamente dejaron en él una impronta profunda y definitiva.



Acción, Pensamiento, Pasión


Y al considerar estas cosas en relación con la personalidad de nuestro paisano, no puedo menos que recordar aquel libro de sicología comparada que el gran Salvador de Madariaga compuso en torno de las características predominantes del inglés, del francés y del español, asignando al primero la acción, al segundo el pensamiento y al último la pasión.
Mañach vive en clave de pensamiento. La acción y la pasión se dan en él como condicionadas y encauzadas por la razón en armonioso y concertado equilibrio. Se ha acusado a Mañach de frío, distante, aristocrático, sin advertir que en él eso era lo externo, lo aparente. Porque allí en lo hondo de sí mismo, alentaba una pasión cubana que no desmayó jamás.

Si tomamos el concepto de pasión en sus más altas acepciones de dolor, vehemente apetencia de perfección, de justicia, es preciso aceptar que Mañach fue un perenne apasionado por los destinos de la patria. Su sentido del deber cívico alimentaba esa pasión a través de toda su vida y a ella se entregó sin claudicaciones.

Lo que sucede es que el ser apasionado, ser "primogénito del mundo", no conlleva la adopción de actitudes de energúmeno o de enfermiza desolación al estilo de los románticos del decimonono que solían suicidarse o morir de tuberculosis. Esas eran con harta frecuencia, pasiones de similor, pasioncillas. La pasión en Maiñach no era tampoco como la de Unamuno, hosca, plagada de exabruptos, arbitraria a veces, en ocasiones irracional, sino a la manera del maestro Ortega y Gasset, que alentó, al igual que el buho de Salamanca, una dolorida pasión española pero bajo un talante comedido, aborrecedor de dogmatismos, de inquebrantable apego al rigor lógico y al sentido común.



El Intelectual y la Política

La acción en Mañach no se circunscribe a su intensa labor a través del aula, de la muchedumbre de artículos en periódicos y revistas, conferencias y algunos libros en que todos los problemas políticos, sociales y aun económicos de Cuba son analizados bajo el escalpelo de una crítica que cala hasta la raiz misma, sino que se adentra en los quehaceres de la política activa e interviene personalmente en ella, primero en la fase inorgánica de las protestas juveniles contra el gobiemo de Zayas, el activismo clandestino de los inicios del ABC y posteriormente como delegado a la Constituyente, senador y ministro en dos ocasiones.

 
ARCHIVO SABANEQUE
1970 - 2011
 



martes, 5 de julio de 2011

Memorias del Tiempo Viejo

Viejas publicaciones de la revista "El Undoso" Octubre de 1972 / página 4


Memorias del Tiempo Viejo
Por: Matías Montes Huidobro

En aquel tiempo vivíamos en la calle Colón, que había sido Real pero ya no lo era. Eran los tiempos felices. En casa se recibía Maribel y en el medio del patio de cemento mi padre podía celebrar el bautizo de los hijos de Eusebia Cosme, que era una gallina de cuello pelado y lazo azul que vino indecisa a la saleta seguida de los pollitos. Ella servía el chocolate en aquellas remotas tazas que tenían flores azules, y las Olivé estaban, Gloria e Hilda, felices, como si estuvieran. Yo no recuerdo exactamente, porque no puedo tocar el enrejado, pero la ventana era regia y el zaguán. Creo también que las Pino vivían en la esquina, y los Reyes, que no es un apellido sino un sueño erradicado a los nueve, me dejaban lápices de colores entre Lucía y Conchita. Manolo, constante, fumaba y se mecía en el sillón que se empeñaba en hudir los mosaicos del piso. Era los tiempos en queestabamos allí, felices, como fuéramos.


La casa tenía un patio gigantesco de cemento. Mi padre construyó alli su gallinero para Eusebia, y de las tiras cómicas del domjngo surgieron Pancho y Ramona, ella toda de plumaje blanco. Su espíritu de empresa lo llevaba la la imposibilidad de la flora y la fauna del cemento, contra el cual destruía su propia frente vasca, decían. Incansable insistiría hasta la ruptura. La casa se quebró por eso, le vino encima una vez, partimos, nunca regresamos.

Entre los recuerdos, viene un remoto recuerdo de domingo. Se perfila nitidamente la carne asada dominical, el arroz blanco y la ensalada de miríadas de frijoles de carita que me miraban. Mi madre se inclinaba hacia adelante y la cabeza quedó cortada sobre el plato. ¡Qué triste!; Qué injusto es todo esto! También para él. ¿Porque quién puede saber los móviles de Charles Laughton? Todo esto viene a cuento por aquello de mi primer recuerdo cinematográfico en “El Encanto”; unido a la comida dominical y a la decapitacion inevitable. Para acrecentar el horror de aquellos tiempos ponían los episodios de "La mano que aprieta". Pero no puedo dar el nombre de la plícula. Era en Inglaterra y estoy seguro que se trataba de Enrique VIII y alguna de sus mujeres.
Ana Bolena posiblemente. Hoy me pregunto si era Charles Laughton, pero no puedo asegurarlo realmente. La noción de Charles Laughton vino después, ese hombre tan desagradable. Por supuesto que nadie mejor que él para encarnar a Enrique VIII. Nunca he tenido simpatía por ese personaje histórico y creo que ello se ha debido a él, a Charles Laughton, a la decapitación de mamá; ante la indiferente mirada de la miríada. De todos modos recuerdo aquella ejecución memorable: es la primera ejecución cinematográfica que recuerdo. La más impresionante de todas. Por supuesto que no me interesa volver a ver esa película en televisión. No quiero ni siquiera descubrirla un día por equivocación en el ciclo del Carnegie Institute. Ni siquiera me interesa volverla a ver en “El Encanto” decapitado que nunca veré.

¡Cuantas decapitaciones han llovido desde aquélla! Lo horrible no tiene remedio ya. El pasado es imborrable. Por eso esta allií fijo, como aquélla en que le cortaron la cabeza a la infeliz mujer. Yo recuerdo claramente el incidente, pero no las causas. El verdugo estaba encapuchado y yo creo que era el mismísimo Charles Laughton para llevar a efecto aquella muerte macabra. Ella caminaba muy palidamente por las almenas del castillo y no tenía nada que hacer, la pobre, ya que el que cortaba el bacalao era Charles Laughton. La digestión iba a ser difícil.


Después de una de esas comidas dominicales a eso de la siete y media ir a ver aquella decapitación sagüera! Me parece que la combinación no podía ser particularmente saludable. Yo creo que cerré los ojos cuando le cortaron la cabeza a la infeliz mujer: nunca me ha gustado ver la sangre ni en el cine. Ahora bien, estoy seguro que en ese momento una paloma salió volando: era el espíritu de Ana Bolena que subía al cielo. Y no recuerdo nada más. Ahora sé, claro, que Charles Laughton se casó después y que le importó un bledo lo que le pasó a la desgraciada mujer. ¿Acaso a alguien? Pero Charles Laughton era así. No sé cómo Elsa Lanchaster lo pudo tolerar todo ese tiempo. Y amarlo. ¡La pobre Elsa Lanchaster! ¡Tan envejecida! ;Tan prematuramente!


Yo la recuerdo vieja y haciendo papeles secundarios. Nunca le dieron en el cine el lugar que ella realmente se merecía. Y ahora ya es demasiado tarde. Decapitaciones han llovido desde aquellos tiempos. La torre de Londres se ha inundado de sangre y nadie se dio cuenta de la soga para su pescuezo.

Por algo el undoso se habrá secado. Porque esa misma noche tuve yo mi primera pesadilla (constante compañera) que nunca salió premiada en el diez de la charada. Y si salió fue para mal. Con motivo del calor dormíamos en un cuarto del fondo de la casa cuya reja daba al patio cementado.

Estaban mamá y papá en el mismo cuarto, viejas camas de hierro olvidado. La pesadiila vino con toda la sencillez del espanto: el pez grande que se come al chico. Yo no sé si era tiburón, pero al chico se lo tragaron. Empecé a gritar y abrí los ojos para encontrarme allí en el vientre yo metido. Desde aquel tiempo no he vuelto a abrir los ojos.

Ahora así estamos todos.



ARCHIVO SABANEQUE 1970 - 2011