miércoles, 1 de junio de 2011

Jorge Mañach: o la tragedia de la inteligencia en la América Hispana.

Viejas publicaciones de la revista “El Undoso”.
(publicado en Diciembre de 1978, página 10)



JORGE MAÑACH: O LA TRAGEDIA DE LA INTELIGENCIA EN LA AMERICA HISPANA
Por: Gastón Vaquero


“El destino, si algo es, es aquel empleo que una existencia necesita darse para estar en conformidad con su ser interiror.”      J.M. (1949)

I
Para evocar la significación de la obra de un hombre como Jorge Mañach, el último "grande" de la cultura cubana, es obligatorio el elemental decoro de rehuir el artículo necrológico de rutina, lleno de alabanzas, de hipocresías, y de lugares comunes.
Jorge Mañach fue, ante todo, una cabeza lúcida, nacida para el análisis, para la reflexión, para la difícil tarea de construir estéticamente una explicación racional del mundo en que se vive. Un razonador, un explicador de lo circundante, da una condición, un tipo, que actualmente no es apreciado en sí, y se pretende aplicarlo, ponerlo en función de cosas que habitualmente son lo contrario de la razón y del análisis.
Esas cabezas lúcidas aparecen muy de tarde en tarde en nuestra América, donde todos somos tan inteligentes, pero donde la suma de las inteligencias, su activo, no da un saldo apreciable de sindéresis, de sensatez, de creación.
Será fruto fatal del desarrollo histórico, será problema propio de una etapa dada de la cultura, o intervendrán motivos raciales, geográficos, ambientales, yo no lo sé. Pero el hecho bien visible es que lo latino, lo hispano-americano típico, se manifiesta mayoritariamente por la imaginación desbordada en lo verbal y en el adorno; por el pathos en tensión y presto a inmolar a su portador o a su antagonista (posible memoria racial de las civilizaciones precolombinas); por el fanatismo político ligado al hombre más que a las ideas, y por una apariencia de comprenderlo todo con más rapidez que nadie en el mundo, pero olvidándolo todo un segundo después de haberlo aprendido, y sin transformarlo en motor de una acción necesaria.
En un escenario asi, representan una sorpresa, casi una intromisión, los nacidos con cerebros fríos, amigos de la diafanidad, de la penetración y del análisis. Esos que superponen el ethos al pathos, y el logos a la sangre, son los extraños en el reino de la pasión y del grito. Lo primero que decimos en cuanto tenemos a la vista un hombre de estos es: "no parece de aquí".
¡Terrible cosa no parecer de donde se es! Quiere esto decir que esos hombres estén fuera de ambiente, condenados a desajuste perpetuo. Inasimilados por el contorno, ni ellos entran de una vez en el mundo circundante, ni el mundo circundante entra de una vez en ellos. Su existencia se transforma en una lucha sin tregua entre su ser y su estar. Si estos hombres no se fugan, si no desertan de su tierra natal (caso de un Eliot, de un Santayana, de un Picasso) e interpretan que su deber es quedarse alli donde creen que serán más útiles, el drama inicial se convierte en amarga tragedia.
Lo más frecuente, lo inevitable casi, es que el mundo circundante devore al hombre, y a fuerza de dentelladas, de amputaciones de su personalidad y de achicamiento de sus facultades, frustre en él sus grandes simientes innatas, y entregue a la posteridad una figura que no pudo vivir en estado de plenitud, que no se dio completa en ninguna de sus aptitudes, y que en consecuencia deja como huella, como cenizas de su presencia en la tierra, una sinfonía interrumpida, un torso inacabado.


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Este proceso de destrucción de la inteligencia, sacrificándola a una polis, a una multitud en convulsión y en fiebre de irracional obediencia a los instintos está escenificando, en grado mayor o menor intensidad, en todos los paises hispanoamericanos.
Salvo en aquellos donde ciertas condiciones muy especiales - la oligarquía militar mejicana que practicamente ha anulado la actividad política y deja al intelectual en libertad (una vez que ha acatado y acata al régimen), o la democracia más o menos pura de, Uruguay, o la europeización artificial de ciertos medios argentinos - permiten que la inteligencia se desarrolle al margen de la política sin considerar esto un crimen, en los demás ocurre que el hombre de inteligencia superior se ve plantado ante una realidad tan terrible, sea económica, sea moral, sea cultural, sea meramente política, que no tiene más solución que escoger entre la fuga, para salvar su inteligencia y realizar su obra, o dejarse devorar por el Dragón, plegarse a las circunstancias, y entregarse al combate por el mejoramiento del escenario en que le tocó nacer.
Su vocación es pensar, pero no tiene a mano la posibilidad de dedicarse a esa civilizada y sosegada tarea; su vocación es la inteligencia, más hay un llamamiento interior, de orden moral, un imperativo ético, de piedad por los suyos, que lo lleva a renunciar a la grandeza del espíritu cultivándose y creando a plenitud, para aceptar los menesteres tristes, sórdidos, pequeños, de la vida política cotidiana en una nación hispanoamericana.

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El ejemplo cubano de esto que señalo es Jorge Manach.
Podemos afirmar sin chauvinismo, sin jactancia provinciana, que en este hombre se dio, potencialmente, la más rica posibilidad de pensador, de hombre de razón, de estudioso profundo. Sus facultades, su despertar, sus primeras armas, permiten decir sin riesgo de patriotería que la cadena de cumbres - ¡ parva cadena! - esa que muestra a un Hostos, a un Rodó, a un Martí ideólogo, a un Montalvo, a un Varona, a un Vaz Ferreira, a un José Vasconcelos, inscribiría un nombre más. Pero, ¿era esto posible en la Cuba que debía contemplar ese de cabeza tan lúcida, nacido en el año “crucial” de 1898?
Yo no quiero introducirme en el laberinto de la especulación sobre fatalidad histórica o albedrío de los pueblos y de los hombres. Sabemos que el espíritu sopla donde quiere, sí, pero parece ser que solo quiere soplar donde existan ciertas condiciones previas, demaduración, de cultivo.
La Cuba de 1898 no es una fiesta, sino un drama, un estupor. Sus hombres principales están abrumados por la desilusión. Treinta años de sacrificios, de creación de una fisonomía propia para la patria, terminan en el Tratado de París, con Cuba ausente, con Cuba inexistente. Este trauma, este golpe en medio de la cabeza erguida en son de victoria, debió aturdir, debió perturbar intensamente a los cubanos. ¡ Vaya fruto de una historia larga, difícil, esforzada !
Salir de una gran decepción para el “da lo mismo” y “me importa poco”, es normal en los seres humanos. El cubano de la manigua creía, soñaba, acariciaba a la imagen de la República que iba a nacer, que estaba él construyendo con sus manos y con su sangre. Martí le había hecho creer intensamente a ese cubano que él podía libertarse por sí mismo, desde tierra adentro, sin invasión ni ayuda extranjera. A pesar de la muerte de Maceo, el cubano seguía creyendo en 1897 y 1898 que él podría derrotar a las fuerzas españolas. 46,000 hombres contra 230, 000 no le asustaban. Posiblemente no podría vencerlos jamás, pero él creía lo contrario con toda su alma. Y de la noche a la mañana, la guerra entre España y Estados Unidos corta el hilo, pone el punto final, y varía radicalmente la historia de Cuba. Unos señores llamados Montero Ríos, Abarzuza, Garnica, de una parte, y otros llamados Day, Davis, Fryex, Gray, de otra, deciden la suerte de Cuba.
De protagonistas pasan los cubanos a mudos testigos; de hombres que creían haber alcanzado la mayoría de edad, pasan a tutelados. Posiblemente es esto lo que los lleva a una conducta de "niño malcriado", antojadizo, dispendioso, encogiéndose siempre de hombros y pensando que después de todo alguien decide por él, alguien "saca la cara" en su nombre. Nace y crece el complejo de dependencia de un poderoso. (1) El infantilismo y la irresponsabilidad que esto supone son obvios. No importa, a los fines de curar una herida profunda, que la conducta de los sustitutos de España en el mando haya sido realmente excepcional. La herida estaba ahí y quedo ahí. La condición de niño protegido se arraigó, posiblemente como venganza. Se dio en romperlo todo, en destruir, en no tomar en serio la República. De la política se hizo un arma para participar en y rescatar cada uno por sí y para sí una parte del estado que alguien había secuestrado. Fallaron, por turno, los hombres más estimados. La República iba de mal en peor.

IV

La nueva generación - es decir, los nacidos hacia el terrible 98 -, se puso en pie, airada, hacia 1925. Dejemos que el propio Jorge Manach, historiador, nos describa la significativa peripecia:
“Habilitado de poder comicial, pero no de educación política, el pueblo – dice - instalaba en el mando a gobernantes más o menos asistidos de proceridad separatista y de habilidad gubernativa, pero, en general, horros de visión histórica. Márquez Sterling denunciaba que a la “injerencia extraña” no había sabido oponerse la “virtud doméstica”. En fín, no obstante la difusión democrática de la enseñanza, la falta de densidad económica y de superior tutela determinó una crisis general de la cultura.
"Frente a esa situación - continúa - se produjo el pensamiento, desilusionado e intensamente crítico, de la primera generación republicana. Su órgano tal vez más autorizado, la revista "Cuba Contemporénea", propugnó un civismo voluntarista, más próximo de Varona que de Martí, cuya doctrina solo entonces empireza a cobrar vigencia en las zonas intelectuales. Pronto se hace evidente, sin embargo, la futilidad de querer galvanizar la voluntad popular a espaldas de la realidad económica. Se va percibiendo que los males de la República tienen su raiz más honda en la enajenación de la riqueza. Junta a ciertas actitudes aisladas de individualismo nietzscheano, se insinúan tendencias de solidarización nacionalista, insistentes en demandar de los gobernantes una acción enérgica de saneamiento político y de recuperación económica.
"Pero – agrega - diversas peripecias políticas y diplomáticas muestran la improbabilidad de que tal rectificación pudiera llevarse a cabo "desde arriba". Con la crísis económica de la postguerra, que sucedió a una efímera y engañosa bonanza, quedó al descubierto la esencia caudillística de nuestra ficción democrática, servida por dos partidos sin doctrina real, puramente electorales y burocráticos. Una nueva generación, excluída virtualmente de ellos, acude sin embargo por otras vías a su deber histórico. Es la generación del 25,que combina la inquietud cultural con la preocupación política. Rehabilita el pensamiento de Martí y de Varona, afirma la voluntad de nación, acusa intenciones societarias, denuncia la inanidad de la cultura oficial y sacude a la Universidad inerte. La lucha contra el régimen autoritario de Machado, en quien el endiosamiento irresponsable frustró a un gobernante de insospechados propósitos "regeneradores", agudizó esas tendencias, dándoles una proyección revolucionaria que culminó con el derrocamiento del régimen en 1933". (2)

V

En 1925 publicó Jorge Mañach su conferencia La crisis de la alta cultura en Cuba. Ya en un libro anterior – Glosario - recogía un manojo de preocupaciones por el destino nacional. Analizaba en la prensa, en el ensayo, en la conferencia, la extraña contextura, el complejo de lo cubano. Su Indagación del Choteo, de 1928, explicó muchas de las cosas que parecían insensatas en el carácter del criollo. Vió en la burla el arma de defensa, la máscara que hay sobrepuesta a una realidad dolorosa; comprendió que en el fondo el cubano es un ser serio, inclinado a la tristeza, a lo trágico o a lo romántico al menos, y señaló que el resorte de la burla, del choteo, rebajando los humos al infatuado y achicando al poderoso, representaba una denuncia del íntimo deseo de lucha. Quien tira hoy una trompetilla mañana corta una cabeza. En su afán de ver aparecer por algún sitio el mejoramiento de Cuba, Mañach interpretaba todo como señal de próximo cambio favorable (3).
Trabajaba por esos años con la vista lanzada hacia el porvenir, hacia el avance de la nación. (En 1927 funda con Juan Marinello, Félix Lizaso, Francisco Ichaso, Alejo Carpentier, la "revista de avance", que duró hasta 1930. (Dato de pasada: en 1927 la policía detuvo, por comunista, a Alejo Carpentier). La gente señalaba hacia Mañach y Marinello, los jefes del grupo, como hacia personas que incluso tomaban sus iniciales, J. M., como indicio de su martianismo o de su parentesco espiritual con José Martí.

(1) Castro rompe violentamente con los norteamericanos evocando el 98 desde sus primeros discursos, pero inmediatamente se siente desorientado. Ha cortado las amarras y no sabe andar solo. Cuando tiene a mano un embajador poderoso a cuyos brazos arrojarse (ahora era el ruso ese embajador), se refugia en ellos, y desde ese seguro lanza sus zapatecas, perretas y malacrianzas de muchachón protegido por el padre vigoroso).

(2) "Evolución de las ideas y el pensamiento político en Cuba", en el número extraordinario del siglo y cuarto del "Diario de la Marina".

(3) En nota de 1955 a "Indagación del Choteo" dice: "La historia nos va modificando poco a poco el carácter."
(continuará)