Los días
negros de la ecología sagüera
Por: Pedro Suárez Tintín
Llegó 1976, un año muy triste para nuestro
grupo espeleo-arqueológico “Sabaneque” pues las amenazas del gobierno local de
convertir a los Mogotes de Jumagua en una cantera de roca caliza se hicieron
realidad y todos comenzamos a ver horrorizados como empezaban a construir un
terraplén hacia las lomas. Todo tipo de maquinaria de construcción (más bien de
destrucción) comenzaba a llegar a nuestro querido “Mogote”.
Según los argumentos del ingeniero
encargado de esta operación, a quien fuimos a ver apresuradamente, lo que
sucedía era que “se estaba agotando la vieja cantera de Jumagua y necesitaban
con urgencia continuar las estracciones de roca caliza”. Nada más fácil que
trasladarse a Los Mogotes de Jumagua a solo un kilómetro y así ahorrar los
gastos de una nueva prospección. “Esos mogotes son huecos debido a las cavernas
que tienen y será muy sencillo demolerlos con dinamita”- otro espantoso
argumento que le oímos decir a los encargados de la “nueva cantera”. “Los otros
posibles sitios están más lejos y sería gran gasto para el gobierno trasladarse
e instalarse”. Entre argumentos y más argumentos que oímos a los geólogos de
turno, nuestra única conclusión era que todo giraba en torno al “facilismo” y
ninguna solución justa y equilibrada se había discutido para resolver este
grave problema por el que atravesaba
Sagua La Grande.
La cantera hace falta, el progreso no se
puede detener; pero “¿NADIE SE HA DADO CUENTA de quienes son los Mogotes de
Jumagua para Sagua La Grande?”. Eso lo gritábamos en muy alta voz ante
gobernantes locales, geólogos, “defensores del progreso”, y defensores del facilismo. Creíamos que
todos lo sabían como nosotros sin darnos cuenta que para ellos, Los Mogotes, no
son más que un potrero; incluso debemos confezar que la opinión popular votaba
en alto porciento en contra de nosotros pues nadie sabía absolutamente nada de
las maravillas que encierra este antiguo bosque y de ahí la indiferencia con
que veían su pronta desaparición.
Durante esos días negros de la ecología
sagüera, luto para la providencia, aprendí que en las Ciencias Naturales el
conocimiento tiene que ser compartido; comprendí que era mucho egoísmo
disfrutar privadamente de los misterios, secretos y curiosidades de los Mogotes
de Jumagua, como lo habíamos hecho hasta el momento sin que los demás se
enteraran de nuestros hallazgos y por eso comienzo por culparme a mi mismo de
lo que sucedió con Los Mogotes de Jumagua.
Acordamos
Alfredo Pérez y yo hacer una especie de informe donde se señalaran todos los
puntos favorables para el área, e inmediatamente comenzamos a trabajar. Alfredo
hizo todo un tratado sobre la importancia arqueológica e histórica de los
Mogotes de Jumagua y yo me concentré en destacar la parte de las Ciencias
Naturales (que se pueden encontrar en este libro), donde hice hincapié en la
cantidad de especies y subespecies endémicas que habitan en este bosque a pesar
de su reducido tamaño que no sobrepasa los 5 km², así como de la importancia
espeleológica de sus amplias y hermosas cavernas. Hicimos además un estudio
geológico apurado de otras áreas de roca caliza detrás de la vieja cantera
hacia donde podría trasladarse esta industria, pero ya era tarde y no querían
oirnos. El camino para la maquinaria pesada quedó construído a finales de 1976
y la primera explosión de la dinamita sería pronto…
Por esos días de septiembre ingresé a la
Universidad de La Habana para estudiar en la Facultad de Biología y le expuse a
mis profesores todo lo recopilado sobre este rincón tan interesante pero
ignorado del norte de Las Villas. En Sagua quedaron pendientes todos mis amigos
de continuar la batalla por salvar a nuestros adorados mogotes; algunos
llegaron a sugerir la idea de sentarse sobre la carga de dinamita para de esta
forma protestar por el crimen ecológico que se iba a cometer. Leí mi informe en
todo el Departamento de Zoología de la Facultad, un amigo estudiante de
botánica me remitió a un viejo tratado donde también se hablaba de una palmita
que era endémica de estos mogotes y eso no lo habíamos incluído en el informe,
pero fue el protozoólogo Pedro Díaz quien me sugirió que fuera a ver al Dr.
Manuel Rivero de la Calle que era muy amigo de Núñez Jiménez y que quizá
pudiera influenciar en algo para detener la cantera.
Y
así lo hice, aquella misma tarde visité a Rivero en su casa de la calle F # 110
en el Vedado y le hablé todo lo que pude sobre los Mogotes de Jumagua pero sin
comentarle nada de lo de la cantera. Al terminar mi exposición Rivero me
confesó que había estado en estos mogotes pero que se había quedado encantado
con todas las maravillas que allí habíamos descubierto y que teníamos que
invitarlo a visitarlo algún día. Ese fue el momento que aproveché para con
tristeza decirle que ya sería imposible; -“En estos momentos quizá ya esté
explotando la primera carga de dinamita allá en Sagua que los borrará para
siempre del mapa verde de la Isla de Cuba”- le dije, y luego le amplié en todo
lo referente a la cantera. Muy impresionado quedó mi amigo y profesor cuando me
despedí aquella tarde y nunca me explicó lo que hizo a favor de aquella causa,
pero sí estoy seguro que gran parte de lo que sucedió después tuvo un gran
porciento de su influencia. El profesor (protozoólogo) Pedro Díaz me contó que
Rivero había llamado a Núñez Jiménez y que este se había escandalizado con lo
que estaba ocurriendo en Sagua La Grande con los Mogotes de Jumagua.
Siguiendo la vieja manía de descubrimientos
personales me hubiera encantado ser yo el redescubridor de la Palmita de
Jumagua y pude haber dajado este secreto para Enero fecha en que pensaba estar
unos días en Sagua pero “ La Tragedia del Mogote” me había curado de bajas
pasiones y ya no existían en mí estos sentimientos egoístas; además, con la
urgencia de reubicar a este endémico local, ya no había tiempo para esperas por
lo que le escribí a mi amigo Charles (Carlos Huerres) describiéndole la palmita
Emithrinax ekmaniana para que inmediatamente organizara una exploración para
buscarla en las primeras lomas del Oeste y sin pérdida de tiempo así lo hizo
con los miembros del grupo “Sabaneque” Alfredo Pérez y Guillermo Morales,
encontrando algunas de ellas en la segunda loma. Este hallazgo le dió otro gran
impulso a la causa porque inmediatamente propuse que estas palmitas se
conviertieran en nuestro símbolo vegetal local y la idea comenzó a circular con
buena aceptación.
La primera explosión de la dinamita en la
nueva cantera sucedió por fín y grandes bloques cercanos a Cueva del Agua
eran recogidos por los camiones. Todos llorábamos de rabia. Yo lo hacía desde
La Habana y mis colegas del Grupo Sabaneque lo hicieron en la propia Jumagua
cuando todos asistieron a tan triste ceremonia casi junto la legendaria cueva
que sirviera de campamento a las honrosas tropas mambisas del general sagüero
Don José Luis Robau y que por esta razón habíamos rebautizado en nuestra
cartografía como Cueva del Campamento. La explosión rozó esta cueva mambisa
pero aún no logró derrumbarla, solo algunos integrantes de su interesante fauna
fueron los primeros mártires.
A principios de 1977, después que todas
nuestras gestiones locales, provinciales y nacionales habían sido infructuosas,
recibimos una gran noticia que nos dió al menos un respiro; las explosiones de
la nueva cantera se mandaron a detener por un tiempo para estudiar con detalles
lo que allí estaba ocurriendo. El mecanismo de cómo esto sucedió no lo sabemos,
pero imaginamos que la orden tuvo que venir de instancias superiores, porque en
el caso de los dirigentes locales y provinciales todos aprobaban la destrucción
de Los Mogotes, el último pulmón ecológico que nos queda a los sagüeros.
Aunque las explosiones se habían detenido
los camiones continuaron sacando las rocas de la primera explosión. Pero cuando
el respiro ya se nos parecía un poco largo y alentador sucedieron dos
explosiones más lo cual nos indicó que la cantera continuaría. En La Habana le
escribí al Dr. Antonio Núñez Jiménez explicándole todo lo que sucedía en Sagua
y además entregué algunas copias a otros geógrafos y biólogos. Mi profesor
Pedro A, Díaz también habló con otros colegas que le prometieron darlo a
conocer en círculos superiores. Por Sagua y Santa Clara Alfredo se movió con
desesperación, pero todo el año 1977 fue de incertidumbre porque a pesar de las
pocas explosiones la maquinaria industrial no se movía del sitio.
Me imagino que este haya sido un período
de muchas discusiones en oficinas y ministerios que desconocemos porque para la
segunda mitad de 1977 todo estaba detenido en El Mogote y con el paso de los
años la vegetación se fue tragando el terraplén nuevo que desde la vieja
cantera llegaba hasta la misma Cueva del Agua. A principios de 1980 ya las
huellas de la “nueva cantera” habían desaparecido.
Se
declaró “Area Protegida” en el año 1984.
En aquella ocasión escribí en mi libreta de
campo (refiriéndome al aspecto ecológico, por supuesto):
“Murió
El Potrero. Se acaban de descubrir Los
Mogotes de Jumagua”.
“Como
en los cuentos de hadas aparecieron de la nada; antes eran invisibles pero ya
todos lo ven. Nunca se habló de ellos en alguna escuela sagüera porque en
realidad nunca existieron”.
ARCHIVO SABANEQUE
1970 -2014