El acontecimiento más grande de la Sagua de 1882 lo fueron “los milagros de la vieja de Jiquiabo” como le llamaban popularmente en toda la jurisdicción.
Nos cuentan los abuelos que la gente de Sagua, Sitiecito, Cifuentes, Santo Domingo y Quemado de Güines,entre otros poblados de los alrededores, acudían en cientos a este oculto caserío al sudoeste de la Villa del Undoso, con el fín de poner a sus enfermos en manos de una vieja curandera que de pronto adquirió verdadera fama cuando,con unos simples trapitos, comenzó a realizar asombrosas curaciones.
Se dice que muchos inválidos caminaron,muchos ciegos vieron nuestros verdes campos por primera vez y muchos locos expulsaron sus demonios al ser exorcizado por la pequeña brujilla de los campos de Sagua.
Doña Antonia Otero era natural de Galicia,pero antes de radicarse en Jiquiabo, vivió en algunos años en Sagua en la calle Cruz (hoy Padre Varela) donde tenía un pequeño negocio y donde además ya comenzaba a destacarse con sus dones naturales de sanación.
Establecida entre los palmares y las viejas ceibas de Jiquiabo, encontró su mejor sitio donde poder albergar a sus numerosos enfermos los cuales llegaron a ser cientos ya que sus mismos familiares cargaban con catres, colchas y almohadas que luego dejaban en el sitio a manera de donación cuando sus seres queridos eran curados.
Con el tiempo se construyeron largas barracas sin paredes, o techos de guano para la protección de los emfermos y todo este revuelo llegó a llamar la atención de los gobiernos locales y la iglesia sin atreverse a intervenir ellos en el asunto,debido a la enorme popularidad de la anciana,a la que ya muchos llamaban; “Nuestra Señora de Jiquiabo” debido a los asombrosos milagros médicos que la ciencia no podía explicar.
El cura párroco de Santo Domingo fue el testigo más cercano de estos milagros los cuales le hicieron apoyar fervientemente la noble causa, redactando incluso folletos a favor de “La Vieja”, e invitando a los vecinos y visitantes a que acudieran a ella.
Su fama la llevó a que el alcalde de Cárdenas la invitara unos días a su propia casa y le permitiera vender sus famosos “trapitos” y otros productos de curación, aunque algunos católicos más conservadores nunca aceptaron oficialmente estos insólitos acontecimientos y la llamaban “La Bruja de Jiquiabo”.
La peregrinación a Jiquiabo fue un hecho muy conocido a finales del siglo XIX.
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