( Septiembre de 1975 – página 13 )
Creo recordar que uno de los capítulos de "Para una filosofía de la vida", de Mañach, se titula "El ideal del hombre armonioso". Si como tal se considera la voluntad y la capacidad de aunar cualidades y tendencias, bien sean afines o dispares en conveniente proporción y correspondencia, parece justo aceptar que fue la de Mañach una personalidad armoniosa en alto grado.
Interesa, sin embargo, señalar en este caso, que tal condición no suele producirse por generación espontánea sino que por lo general, supone esfuerzo y hasta conflicto interno. El hombre superior, que se sabe dotado de aptitudes y apetencias de orden moral, cívico, religioso, artístico, etc., si de veras es integralmente fiel a su propio ser, cuida de que alguna de tales facetas no se diluya en la inercia, o por el contrario, prevalezca en desmedro de las demás.
Consecuente con su "yo y su circunstancia", Mañach, que fue resueltamente hombre de su tiempo, no se permitió a sí mismo una cómoda ubicación en el "huerto cerrado" de la creación literaria o de las disciplinas del pensamiento exclusivamente, sino que, consciente de sus responsabilidades ciudadanas, se enfrenta a los graves problemas de la realidad nacional circundante, los cuales requieren no solo un diagnóstico acertado sino un efectivo tratamiento para resolverlos o al menos, mitigarlos.
Es muy probable, como ya se ha señalado en múltiples ocasiones que su formación en una triple vertiente hispánica, sajona y francesa superpuestas a su básica cubanía, determinó ese envidiable equilibrio de su carácter. A través de su vida y de su obra se advierte, en efecto, una tónica constante de sobriedad sajona y claridad francesa. La hispánica, aunque atemperada porlas otras dos, es en él por igual evidente. Y me permitiría sugerir que quizá se manifiesta sobre todo a través de su manejo del lenguaje. No es posible dudar de que este hombre amó entrañablemente nuestra lengua. En su estilo se transparenta el esmero en expresarse con lamayor propiedad, en un tono de sobria elegancia. Por eso, bajo el esplendor de su prosa se percibe el soterrado rumor de los clásicos. Bien sea por causa o por efecto, Mañach tuvo siempre como un regusto de palpar nuestras raíces y mostró en todo una actitud de benévola adhesión a lo hispánico en general. No olvidemos que Mañach vivió parte de su infancia en el cogollo mismo del viejo solar castellano, y que este hecho supone un manojo de vivencias que forzosamente dejaron en él una impronta profunda y definitiva.
Acción, Pensamiento, Pasión
Y al considerar estas cosas en relación con la personalidad de nuestro paisano, no puedo menos que recordar aquel libro de sicología comparada que el gran Salvador de Madariaga compuso en torno de las características predominantes del inglés, del francés y del español, asignando al primero la acción, al segundo el pensamiento y al último la pasión.
Mañach vive en clave de pensamiento. La acción y la pasión se dan en él como condicionadas y encauzadas por la razón en armonioso y concertado equilibrio. Se ha acusado a Mañach de frío, distante, aristocrático, sin advertir que en él eso era lo externo, lo aparente. Porque allí en lo hondo de sí mismo, alentaba una pasión cubana que no desmayó jamás.
Si tomamos el concepto de pasión en sus más altas acepciones de dolor, vehemente apetencia de perfección, de justicia, es preciso aceptar que Mañach fue un perenne apasionado por los destinos de la patria. Su sentido del deber cívico alimentaba esa pasión a través de toda su vida y a ella se entregó sin claudicaciones.
Lo que sucede es que el ser apasionado, ser "primogénito del mundo", no conlleva la adopción de actitudes de energúmeno o de enfermiza desolación al estilo de los románticos del decimonono que solían suicidarse o morir de tuberculosis. Esas eran con harta frecuencia, pasiones de similor, pasioncillas. La pasión en Maiñach no era tampoco como la de Unamuno, hosca, plagada de exabruptos, arbitraria a veces, en ocasiones irracional, sino a la manera del maestro Ortega y Gasset, que alentó, al igual que el buho de Salamanca, una dolorida pasión española pero bajo un talante comedido, aborrecedor de dogmatismos, de inquebrantable apego al rigor lógico y al sentido común.
El Intelectual y la Política
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