Memorias del Tiempo Viejo
Por: Matías Montes Huidobro
En aquel tiempo vivíamos en la calle Colón, que había sido Real pero ya no lo era. Eran los tiempos felices. En casa se recibía Maribel y en el medio del patio de cemento mi padre podía celebrar el bautizo de los hijos de Eusebia Cosme, que era una gallina de cuello pelado y lazo azul que vino indecisa a la saleta seguida de los pollitos. Ella servía el chocolate en aquellas remotas tazas que tenían flores azules, y las Olivé estaban, Gloria e Hilda, felices, como si estuvieran. Yo no recuerdo exactamente, porque no puedo tocar el enrejado, pero la ventana era regia y el zaguán. Creo también que las Pino vivían en la esquina, y los Reyes, que no es un apellido sino un sueño erradicado a los nueve, me dejaban lápices de colores entre Lucía y Conchita. Manolo, constante, fumaba y se mecía en el sillón que se empeñaba en hudir los mosaicos del piso. Era los tiempos en queestabamos allí, felices, como fuéramos.
La casa tenía un patio gigantesco de cemento. Mi padre construyó alli su gallinero para Eusebia, y de las tiras cómicas del domjngo surgieron Pancho y Ramona, ella toda de plumaje blanco. Su espíritu de empresa lo llevaba la la imposibilidad de la flora y la fauna del cemento, contra el cual destruía su propia frente vasca, decían. Incansable insistiría hasta la ruptura. La casa se quebró por eso, le vino encima una vez, partimos, nunca regresamos.
Entre los recuerdos, viene un remoto recuerdo de domingo. Se perfila nitidamente la carne asada dominical, el arroz blanco y la ensalada de miríadas de frijoles de carita que me miraban. Mi madre se inclinaba hacia adelante y la cabeza quedó cortada sobre el plato. ¡Qué triste!; Qué injusto es todo esto! También para él. ¿Porque quién puede saber los móviles de Charles Laughton? Todo esto viene a cuento por aquello de mi primer recuerdo cinematográfico en “El Encanto”; unido a la comida dominical y a la decapitacion inevitable. Para acrecentar el horror de aquellos tiempos ponían los episodios de "La mano que aprieta". Pero no puedo dar el nombre de la plícula. Era en Inglaterra y estoy seguro que se trataba de Enrique VIII y alguna de sus mujeres.
Ana Bolena posiblemente. Hoy me pregunto si era Charles Laughton, pero no puedo asegurarlo realmente. La noción de Charles Laughton vino después, ese hombre tan desagradable. Por supuesto que nadie mejor que él para encarnar a Enrique VIII. Nunca he tenido simpatía por ese personaje histórico y creo que ello se ha debido a él, a Charles Laughton, a la decapitación de mamá; ante la indiferente mirada de la miríada. De todos modos recuerdo aquella ejecución memorable: es la primera ejecución cinematográfica que recuerdo. La más impresionante de todas. Por supuesto que no me interesa volver a ver esa película en televisión. No quiero ni siquiera descubrirla un día por equivocación en el ciclo del Carnegie Institute. Ni siquiera me interesa volverla a ver en “El Encanto” decapitado que nunca veré.
¡Cuantas decapitaciones han llovido desde aquélla! Lo horrible no tiene remedio ya. El pasado es imborrable. Por eso esta allií fijo, como aquélla en que le cortaron la cabeza a la infeliz mujer. Yo recuerdo claramente el incidente, pero no las causas. El verdugo estaba encapuchado y yo creo que era el mismísimo Charles Laughton para llevar a efecto aquella muerte macabra. Ella caminaba muy palidamente por las almenas del castillo y no tenía nada que hacer, la pobre, ya que el que cortaba el bacalao era Charles Laughton. La digestión iba a ser difícil.
Después de una de esas comidas dominicales a eso de la siete y media ir a ver aquella decapitación sagüera! Me parece que la combinación no podía ser particularmente saludable. Yo creo que cerré los ojos cuando le cortaron la cabeza a la infeliz mujer: nunca me ha gustado ver la sangre ni en el cine. Ahora bien, estoy seguro que en ese momento una paloma salió volando: era el espíritu de Ana Bolena que subía al cielo. Y no recuerdo nada más. Ahora sé, claro, que Charles Laughton se casó después y que le importó un bledo lo que le pasó a la desgraciada mujer. ¿Acaso a alguien? Pero Charles Laughton era así. No sé cómo Elsa Lanchaster lo pudo tolerar todo ese tiempo. Y amarlo. ¡La pobre Elsa Lanchaster! ¡Tan envejecida! ;Tan prematuramente!
Yo la recuerdo vieja y haciendo papeles secundarios. Nunca le dieron en el cine el lugar que ella realmente se merecía. Y ahora ya es demasiado tarde. Decapitaciones han llovido desde aquellos tiempos. La torre de Londres se ha inundado de sangre y nadie se dio cuenta de la soga para su pescuezo.
Por algo el undoso se habrá secado. Porque esa misma noche tuve yo mi primera pesadilla (constante compañera) que nunca salió premiada en el diez de la charada. Y si salió fue para mal. Con motivo del calor dormíamos en un cuarto del fondo de la casa cuya reja daba al patio cementado.
Estaban mamá y papá en el mismo cuarto, viejas camas de hierro olvidado. La pesadiila vino con toda la sencillez del espanto: el pez grande que se come al chico. Yo no sé si era tiburón, pero al chico se lo tragaron. Empecé a gritar y abrí los ojos para encontrarme allí en el vientre yo metido. Desde aquel tiempo no he vuelto a abrir los ojos.
Ahora así estamos todos.
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