El Ciclón del 33
Cronista: Manuel García Iglesias
Contado en 1978
Después de varios meses de forzada ausencia regresé a nuestra Villa el día 30 de Agosto de 1933 por la noche. Al día siguiente fui a visitar a mis buenos amigos Miguel Castellanos Rodríguez, Alcalde de facto y Víctor Reyes Mayía, Secretario de las Administración Municipal. Estuve mucho rato en el despacho del Alcalde, y a eso de las doce del día se recibió un telegrama del Observatorio Nacional avisando que se acercaba un ciclón amenazante para la costa Norte de la Isla, recomendando se tomasen precausiones. Recuerdo que Miguel exclamó: “¡Ahora, lo único que nos faltaba: un ciclón!”.
Pero la realidad, nadie le dio gran importancia al aviso, pues todas las mentes estaban concentradas en el ciclón político que estaba desatado sobre toda la República, amén del hecho de que en Sagua no se sentían los efectos directos de un huracán desde el año 1888, cuando desapareció el barrio Isabelino de Casablanca.
Verdaderamente yo casi no me acordé más del asunto hasta que estando de visita por la noche en casa de mis estimadas amigas, las hermanas Pinto-Silva, escuché los estridentes alaridos de la sirena del Cuartel de Bomberos y algunos toques de corneta. Me despedí de mis amigas y fui hacia Fornos. Allí me encontré con mi primo Tomás Angelino Torres, “Chicho”, Secretario del Jusgado de Instrucción, quien al verme me dijo: “Yo se que tu familia no está aquí, ven para casa y lo pasaremos juntos. Y con Chicho me fui para su casa, en Carmen Ribalta entre marta Abreu y E. J. Varona. Aquella casa tenía una fachada de mampostería impresionante, pero el resto era de madera y tejas. Allí se sintieron muy fuertes los efectos del meteoro, y todos tuvimos que colaborar arduamente en la defensa del inmueble. Mi prima Irene, su esposo Abelardo Fernádez, sus hijos Irma, Digna, Juan y Abelardito, conjuntamente con “Chicho” y yo empujamos parejo contra la furia del viento. La casa se destechó parcialmente. Temprano en la mañana del día primero de Septiembre veíamos pasar por la calle las chispas llameantes del fuego que se desató en el tostadero de café “El Brazo Fuerte” de Antonio Morón.
Cuando pude salir a la calle mi ánimo quedó abatido al ver los grandes destrozos sufridos por la Villa. Especialmente los barrios pobres y rurales fueron arrasados.
El río creció como nunca antes lo había visto, ocasionándose pocos días después un gran pánico al propalar alguien la especie de que el dique se había desplomado.
A los pocos días llegó el Presidente provisional Dr. Carlos manuel de Céspedes, para estar junto al pueblo sagüero en su aflición. Nunca olviso que el Hotel Sagua, mientras se impovisaba una comida en su honor, a la luz de velas y quinqués una comisión de maestras sagüeras pedía al Sr. Presidente aumento en sus magros sueldos, en los precisos momentos en que el Dr. Céspedes era desplazado de su cargo por el incruento golpe militar –estudiantil del 4 de Septiembre.
Se estableció una cocina económica en el viejo edificio que estaba al fondo de la Iglesia Parroquial, donde más tarde se construyera el cine “Alcázar”, estando esa cocina a cargo del Sr. Carlos marús, y prestó muy buenos servicios a la comunidad.
A pesar de las dificultades políticas y económicas del momento muchas organizaciones enviaron socorros, recuerdo a la Cruz Roja, la Hermandad Ferroviaria y el Directorio Estudiantil. Fue entonces qye conocí al amigo Mario Riera, hoy Historiador y dirigente del Municipio de Bayamo.
Pero donde la tragedia alcanzó caracteres inenarrables fue en la Isabela y en Cayo Cristo. Tanto una como el otro quedaron totalmente devastados, pereciendo un numeroso grupo de vecinos en Cayo Cristo, casi todos veraneantes.
El Dr. Pedro N. Arroyo y su familia abandonaron el Cayo a tiempo. Pero hubo terquedad y obstinación por parte de los demás, y casi todos perecieron. Esperaron la fuerza de la tempestad en la residencia del Sr. José Bory, produciéndose una especie de maremoto que dividió el cayo en dos partes y arrasó con todo. Entre los sobrevivientes, muy pocos, recordamos a Pascualito Pérez y su amigo el morenito Lazarito, que milagrosamente se agarraron a unos mangles y allí capearon, sin saber como, la tormenta.
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